UNA SUGERENCIA EN EL CAMPO DE LA ORTODOXIA ECONOMICA: QUE LOS BALANCES DE LAS EMPRESAS EMPIECEN A INCLUIR (SI AUDITADOS, MEJOR) MEDIDAS QUE LES AYUDEN A MANTENERSE CUANDO TODO SE HUNDA DE NUEVO.
(parte 3)
En las dos entregas anteriores recalcábamos el hecho de lo arriesgado de la situación económica en la que nos encontramos: por una parte un endeudamiento público descomunal, equivalente al 100% de nuestro PIB, y por otro el que los tipos de interés (el coste del dinero) se encuentra cercano al 0% o incluso con tasas negativas.
En esta carrera por realizar gastos para los que no tenemos ingresos, en esta locura de descuidar el mañana por vivir el presente, no nos damos cuenta de que cada día que pasa estamos ajustando un poco más la soga que nosotros mismos nos hemos puesto al cuello. Cuando apriete tanto que apenas nos deje respirar y pretendamos aflojarla, será demasiado tarde.
Hemos abandonado la ortodoxia, las reglas básicas de la economía, y como si quisiéramos forzar que las cosas caigan hacia arriba, vamos en contra de las leyes de la naturaleza.
Y todo estallará de la manera más insospechada. Un conflicto por aquí, un “desajuste social” por allá…pondrá en marcha un “efecto dominó” que será muy difícil reconducir, si es que finalmente se logra, sin que la terapia de choque no se lleve por medio mucho de lo que ahora parece garantizado para siempre. Más vale que vayamos teniendo esto presente.
Y para tenerlo presente no hace falta tener mucha memoria. Recuerde el lector la situación en España y en el mundo allá por el cercano 2008…y lo que vino después. Millones de empleos desaparecidos, tragedias familiares que se han llevado por delante muchas ilusiones a un coste personal y social incalculable, pérdida de confianza en las instituciones, en nuestro modelo social, en nuestra forma de entender la vida…y de vivirla. Y todo ello fue financiado por un sistema público manejado por burócratas descerebrados, clónicos insulsos programados por planes de estudios en escuelas de negocios y facultades de derecho donde el respeto a lo básico y a las cuatro reglas de toda la vida, son despreciados.
La economía, señores míos, al igual que la naturaleza, tiene sus reglas, y si no las tienen en cuenta, no duden que tarde o temprano sufrirán sus consecuencias. ¿Qué quieren ustedes construir sus casas en una torrentera? No hay problema, el día de lluvia intensa el torrente se la llevará por delante. ¿Que los medios de desinformación de masas le venden que tiene que estar endeudado? No pasa nada, cuando llegue el momento del pago, si no puede hacer frente al principal o los intereses (serán ambos, créame) se quedará sin nada de lo que disfrutaba. Así de sencillo.
Por cierto, quiero aprovechar este momento para proponer la prohibición de utilizar términos equívocos, cuando no rematadamente falsos, que inducen a pensar que se puede jugar sin mucho riesgo con unos cuantos kilos de uranio enriquecido. Por ejemplo ¿por qué llamamos “estar apalancado” al hecho de estar endeudados? Apalancamiento es sencillamente endeudamiento. No hay que hacer un curso en Harvard para entender esto. Lo que pasa es que el efecto “palanca” tiene una subjetiva connotación positiva, algo así como “con un poco de apoyo aquí, consigo grandes logros allí” (“dadme una palanca y moveré el mundo” ¿recuerdan?), mientras que “endeudamiento” no la tiene. Solución, llamemos estar “apalancados” al simple hecho de estar “endeudados”, y así, cerrando los ojos, como el que no quiera la cosa, estaremos menos endeudados. Aléjense de quien así piense. No es una buena compañía. Corren el riesgo de que un día les convenzan de que la guarrería que acaban de comprar es de verdad “preferente”, o de comprar Terra porque está barata cuando cotizaba en la estratosfera, o de que “jugamos en la Champions league” de la economía (a solo unos meses del gran batacazo) o de que “hay brotes verdes”, o de que el precios de las casas nunca baja, y así, centenares de topicazos.
Conviene tener esto presente. El lenguaje económico con el que nos bombardean está sesgado, es falso de toda falsedad, está dirigido a producir un resultado en función de los intereses de quienes ponen en marcha dicha información…y usted es el jubilado que un día entra en la sucursal de su Banco, el de toda la vida, y le cuelan un producto que es su ruina, que va a hacer desaparecer los ahorros que tanto esfuerzo le costó conseguir, y sobre lo que sólo podrá balbucir, como avergonzado que el producto se llamaba “preferente” (efectivamente lo era, preferente para el Banco).
No se crea la información económica que oiga, en todo caso considérala únicamente a beneficio de inventario. Ni por lo más remoto compre algo sin entenderlo de verdad. Jamás se guíe por el nombre del producto que le venden por muy atractivo que le suene (¿Pero cómo es posible que el Banco de España y la CNMW permitieran llamar “preferente” a algo que no lo era? ¿Cómo es posible que no costara la dimisión o el despido inmediato y sin más contemplaciones a toda la “cadena de mando” desde el que lo ideó hasta el que permitió que se pusieran a la venta?) Nunca, nunca, se aleje de lo sencillo, lo pagará muy caro. Grávese a sangre y fuego esta norma; “lo que no es sencillo, es mentira”. Dormirá mejor.
Recapitulemos: endeudamiento público imposible de entender y mantener, tipos cero que ahuyentan el ahorro y fomentan un endeudamiento de empresas y familias peligrosísimo, sesgo interesado en la información económica que beneficia al que la pone en marcha y que vende con una verborrea diabólica que hace creer al incauto que está comprando algo que resulta ser justamente lo contrario, un mercado extremadamente interconectado que ha hecho del mundo una “aldea global”, un “patio de vecinos”, unos productos y un sistema tan entrelazado sin reglas de juego iguales para todos donde el trilero lleva las de ganar porque juega con ventaja, todo ello con el trasfondo, con la soberbia asumida por todos de que las reglas básicas de la economía se han quedado desfasadas y que la ortodoxia es una conducta innecesaria.
Si con esta situación no somos capaces de empezar a tomar medidas de protección desde este mismo instante, luego que nadie se queje.
Las reglas básicas de la economía nos susurran al oído algo dicho ya por alguien al que nunca valoraremos lo suficiente, “Cielo y tierra pasarán. Cuando cielo y tierra pasen, mis palabras quedarán”