EL CASO DE LOS OPIACEOS EN USA (OxyContin) CON CIENTOS DE MILES DE MUERTOS HASTA LA FECHA

Que el mercado es el método más eficiente de asignación de recursos no lo niega nadie que no sea un ignorante absoluto en economía.
Que el mercado sin regulación (es decir, sin alguien o algo que establezca las reglas del juego) se convierte en una ley de la selva donde sale adelante el más fuerte a costa del más vulnerable, no lo niega tampoco nadie no sea un ignorante en economía.
Estados Unidos se enfrenta, desde hace unos años, a una epidemia de adictos a un derivado del opio que lleva contabilizados más de 700.000 muertos por sobredosis (para que nos hagamos una idea de la dimensión de esta tragedia, en la guerra de Vietnam 55.000 estadounidenses perdieron la vida, es decir, esta epidemia, deliberadamente provocada, es el equivalente en numero de muertes a 12 guerras del Vietnam). Hay imágenes espeluznantes de personas de todas las edades, de clase media en su mayoría y del medio rural, así como de ciudades como Nueva York o Philadelphia, que yacen muertos en las calles por sobredosis, en sus casas, en hoteles de carretera, en los asientos de sus coches, hombres y mujeres jóvenes, padres que dejan huérfanos, familias enteras destruidas. Un reguero de miseria y destrucción, de dolor inenarrable. De muerte. Los sobrevivientes parecen a su vez muertos vivientes deambulando por las calles, encorvados, con la mirada perdida.
Asesinatos que tienen responsables, con nombres y apellidos. Ejemplo preclaro de un sistema podrido que adora al dios dinero, sin importar los medios y las consecuencias de su búsqueda, adoración y culto. John Stuart Mill dijo, “América es un país donde todo un sexo se dedica a la caza del dólar y el otro a la crianza de cazadores de dólares”. Que venga alguien y diga más con menos palabras. Un país de enormes virtudes (ya quisieran muchos llegar a la altura de USA en tantas cosas) pero que también alberga enormes defectos.
Uno de ellos es rendir culto a la riqueza por la riqueza, pensar y creer que solo el dinero mide el grado de desarrollo material y espiritual de los pueblos y las naciones, pues no se puede servir a Dios y al diablo al mismo tiempo. Si se rinde culto al maligno, se pagan las consecuencias. Es una ley de la naturaleza, de la naturaleza divina de las cosas.
Resulta irónico. En los billetes de uso legal del país al que nos referimos, la leyenda ”In God we trust”, bien visible, da a entender que la confianza en Dios limitará la avaricia y el mal uso del dinero, tan poderoso, tan eficaz, tan constructor y destructor de vidas. Pero es posible también que este mismo deseo y esperanza lo sea en sentido contrario, es decir, “confiamos en Dios para que nos de dinero, nuestro verdadero becerro de oro, nuestro verdadero salvador y benefactor, y cuanto más mejor, mucho dinero, todo el dinero”. No me extrañaría que el diablo tuviera la tez del color del billete verde.

El medicamento OxyContin llegó a los consumidores en 1996. Estaba concebido para reducir el dolo intenso y permitía a los pacientes poder dormir y recuperar una vida más normal. El problema es que a pesar de las manifestaciones en contra realizadas por su productor, la farmacéutica Purdue Pharma, el medicamento era adictivo, muy adictivo, llegaba a producir incluso euforia y los usuarios reclamaban cada vez mayor cantidad de consumo (ya se sabe el efecto de los opiáceos sobre los neurotransmisores del cerebro y su necesidad de mayores dosis para que surta los mismos efectos, como con todas las drogas).
¿Cómo pudo expandirse el mercado de esta aberración, de este veneno, de este asesino en forma de pastilla en colores, hasta el punto de alcanzar dimensiones de epidemia?
La respuesta no es muy complicada;
– Una farmacéutica que crea un producto potente y muy adictivo (lo que garantiza una clientela dependiente de por vida (lo que dure la vida del consumidor, claro está).

– Una familia (los Sackler) sin escrúpulos, a los que la vida de cientos de miles de personas parecieron no importarles mucho.


– Una buena campaña de publicidad y marketing que es capaz de llegar al consumidor final a través de una muy controlada red de médicos comprados con regalos y convenciones con todos los gastos pagados, de visitadores médicos. Una exitosa campaña publicitaria y de gestión de la información realizada por una consultora especializada en sacar todo el provecho a los datos.

– Y sobre todo, por encima de todo, un regulador que no hizo bien su trabajo, que terminó por cerrar los ojos ante un problema que se veía venir pero que sólo cuando estalló fue capaz de mostrar su verdadera dimensión.

Demasiado fácil, demasiado tarde. Fácil de predecir, tarde en actuar. Lo de siempre.
El asesor contratado por la empresa para potenciar el mecanismo de venta fue la consultora McKinsey, que empezó por diseccionar, analizar y sacar partido de la gran cantidad de información de las recetas médicas del producto. Empezó por incentivar al vendedor que más vendía (atractivas mujeres deseosas de tener un trabajo bien remunerado) en contra del modelo que imperaba donde ganaba igual quien generaba mucha venta que el que no lo hacía. Filtrando los datos de las compras del fármaco por médico, localidad, etc. se obtenía mucha información relevante para optimizar los canales de distribución y comercialización. Entre 2004 y 2019 Purdue Pharma pagó a McKinsey 83,7 millones de dólares a cambio de este asesoramiento. El incremento en ventas y beneficios se hizo notar muy pronto.
McKinsey también asesoraba a Johnson & Johnson, que a su vez tenía su propio opiáceo (los cuerpos policiales terminaron calificando a la compañía como “capo” de los opiáceos). Finalmente el fiscal general de Oklahoma presentó años más tarde una demanda contra la compañía (pero no contra la consultora) en la que acusaba a la empresa de “embarcarse en una estrategia maliciosa, cínica y fraudulenta pare crear y estimular la necesidad de opiáceos, idear una adormidera mutante para intensificar el efecto de esa necesidad y exagerar la eficacia del fármaco y minimizar sus riesgos”. El fallo condenó a J&J a pagar 465 millones de dólares de multa por una “campaña de marketing falsa, engañosa y peligrosa”. El trabajo de McKensy tuvo mucho menos impacto en J&J que en Purdue Pharma.
Las quejas que inicialmente puso el regulador (la FDA) contra Purdue para dar la aprobación al fármaco, fueron finalmente pasadas por alto ante pequeñas reformulaciones del mismo, (con pequeñas concesiones por parte de ésta, como retirar del mercado la pastilla de 160 miligramos o el envío del producto a Méjico, que solía acabar de vuelta a Estados Unidos, vía mercado negro). Por supuesto esto no solucionaba el problema. Los adictos al fármaco que no podían conseguirlo con receta lo conseguían en el merado negro (un frasco de 100 pastillas en la farmacia costaba 400 dólares y en la calle entre 2.000 y 4.000 dólares), o se pasaban a la heroína. A veces se mezclaba con otro opiáceo sintético, el fentalino, que es entre cincuenta y cien veces más potente que la morfina y mucho más barato.
En el descenso al infierno que suponen las drogas, lod consumidores del opiáceo machacaban las pastillas para eliminar el recubrimiento y el efecto dosificador del mismo (que se prescribían con la dosis de una cada 12 horas precisamente porque ese era el efecto retardado y dosificador que procuraba el recubrimiento) de esta forma el efecto era inmediato y sumamente potente. Los casos de sobredosis no tardaron en producirse. A una escala que solo ahora se vislumbra. Demasiado tarde. Como casi siempre.
McKensy terminó por anunciar que renunciaba a asesorar a empresas que produjeran opiáceos (en el momento de la declaración 400.000 estadounidenses habían fallecido ya por sobredosis). Los propietarios de la farmacéutica habían retirado 10.000 millones de dólares de la Sociedad.
Desconozco los informes de auditoría de esta compañía durante aquellos años. Terminó en quiebra, pero en proceso todavía no concluido. ¿Alertaron los auditores de las demandas en curso? ¿Renunciaron a prestar sus servicios a esta empresa teniendo en cuenta el origen de las ganancias? ¿Puede el auditor mantener su independencia, si entra conflicto su moral y convicciones con el objeto social de la empresa, al menos en una parte del objeto social, que hace primar la obtención de beneficio por encima de otra consideración?
América es el paradigma de la libertad económica, debiera también serlo de la regulación eficiente. Ninguna novedad y modificación en el mercado (financiero, industrial, tecnológico) es tan potente como en el continente americano (nos referimos exclusivamente a USA) con todos los beneficios que ello acarrea. Pero también es el gran creador de productos financieros, tecnológicos e industriales que causan las mayores distorsiones en la economía.
La historia del mundo empresarial americano está llena de éxitos y también de enormes desastres. Boeing tenía unos estándares de calidad altísimos antes de su fusión con McDonnell Douglas. Tras esta, en aras de un ahorro de costes para hacerla más competitiva frente a Airbus (su modelo A-350 especialmente) se produjeron drásticos recortes en personal de supervisión de las fábricas de montaje que llevaron a su Boeing 737 MAX a accidentes que causaron la vida de cientos de personas y al estacionamiento de la flota en todo el mundo hasta corregir el problema de la seguridad (al menos el más perentorio). Todo ello estaba advertido en memorandos internos de la compañía, firmados y analizados en los consejos técnicos y de administración. No se hizo nada, no se hizo lo suficiente, vistas las consecuencias. Demasiado tarde de nuevo.

¿Porqué tiene pegar el coste más alto precisamente quien menos culpa tiene? ¿Cómo se compensa a quien pierde a sus hijos, familiares o amigos por haberse subido a un avión que nunca debió despegar, o recibir un fármaco, prescrito por un médico, que nunca debió ponerse en el mercado salvo para casos extremos de dolores por cáncer metastásico, por ejemplo, donde no hay productos o terapias alternativas?
No es este sitio apropiado para extendernos más sobre el caso de Purdue Pharma y cómo la avaricia (“greed is good” decía Gordon Geko en su Wall Street). Cualquiera puede ver en documentales (“Painkiller”, por ejemplo) o en libros como el de; “La Consultora. Cómo McKensy dirige el mundo” de Walt Bogdanich y Michael Forsythe, Editorial Península mayo 2023, en el que se recoge un capítulo dedicado a este caso y que ha servido para incluir algunos datos que hemos comentado. Es un caso especialmente doloroso, que hiela la sangre. Es difícil imaginar el dolor inmenso que han debido sufrir las personas que visitaron al médico para un analgésico que les calmara el dolor, sin saber que eran carne de cañón de una familia sin escrúpulos que acabaría por llevarles a la muerte por sobredosis o reducirles poco menos que a la condición de zombies.
¿Los dueños de Purdue Pharma eran creyentes? ¿Iban a alguna misa o reunión de las centeneres de congregaciones religiosas que inundan USA? ¿Tenían algún tipo de moral, aunque no fuera cristiana, que les advirtiera en su fuero interno, eso que llamamos “conciencia”, que no debían hacer lo que estaban haciendo?
¿Ha pedido perdón la consultora que fomentó todo esto, con un exitoso mecanismo de marketing, y que ha derivado en la pérdida de cientos de miles de vidas?
¿El regulador americano (la FDA) ha tomado nota de lo que no se puede hacer, para que no se repita nunca más un hecho como éste?
¿Están las regulaciones en el campo de la auditoria de cuentas, los alcances del trabajo y procedimientos, así como los informes, a la altura de los “riesgos”, inherentes y explícitos, suficientemente claros para que se detecten, se hagan explícitos y se anticipen consecuencias devastadoras imposibles luego de revertir? ¿La quiebra es suficiente pago por el daño causado?
Quizás el Estado de Flujos de Efectivo, las memorias de decenas de páginas con información irrelevante incluidas en las cuentas anuales, los plazos legales para formular cuentas y ser sometidos a revisión y aprobación, plazos incumplidos que no producen perjuicio alguno al que los ocasiona (hablaremos de esto en otro documento) y en definitiva, el tiempo que se dedica por parte del auditor a revisar una información cargada de números y datos muchas veces innecesarios, excesivos y hasta contraproducentes (el exceso de información, especialmente la irrelevante, aleja de la comprensión de la información relevante, la que de verdad es valiosa para entender cabalmente la situación de la sociedad auditada) esté causando una merma en los recursos que hay que dedicar a lo realmente importante. Perder el tiempo en cosas intrascendentes, supone dedicar menos tiempo precisamente a las cuestiones trascendentes. El tiempo es un factor productivo más y tiene un coste.
Nadie en su sano juicio se preocupa de la rayadura que pueda tener el chasis de un coche con el que se va a hacer un largo viaje, si antes no se revisa la presión de los neumáticos, el líquido de frenos y que el depósito de gasolina esté lleno.
¿Son estos desastres defectos del capitalismo, del “libre mercado”? Por supuesto que lo son, y muy graves. La labor de los gobiernos, de los reguladores, es precisamente marcar las pautas de lo que está permitido y de lo que no lo está. No es posible evitar del todo el crimen, pero sí es posible ponérselo difícil a los criminales. Todo lo difícil que se pueda. Y en esta labor deben estar implicados también los auditores, que deben indagar y profundizar sobre cualquier indicio que alerte de una bomba de relojería.
De lo contrario, que nadie se queje de los daños causados cuando el problema estalle. La burocracia, el exceso de regulación, el defecto de regulación, la información irrelevante en las cuentas anales que mide el valor del trabajo realizado por la cantidad de información en lugar de por la calidad de la misma y muchas cosas más, hacen que muchas empresas sean meros instrumentos al servicio de la codicia y la injusticia. Estos agentes malvados manchan los incontables buenos agentes económicos que mejoran los productos, la satisfacción de necesidades y el funcionamiento correcto del mercado.
El mejor sistema de creación de riqueza hasta ahora inventado, infinitamente mejor que el de economía centralizada (en el que los precios no contienen la información real de oferentes y demandantes) no puede venirse abajo porque algunos antepongan su interés personal a costa del de los demás, del de la sociedad en su conjunto.
Está en juego la civilización, nada más y nada menos. Y todos y cada uno de los daños que producen estas actitudes desalmadas, son aprovechados por los que quieren destruir un sistema de libertad por otro se servilismo.
El uso de las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, el manejo de inmensas cantidades de datos, la desvinculación del trabajador con su empresa, la búsqueda del máximo beneficio a costa de cualquier otra consideración, produce una sociedad insolidaria, injusta, fea y ruinosa.
O se regula, pronto y bien, sin excesos ni defectos, o llegaremos demasiado tarde para revertir un defecto que produce, en muchos casos, la ruina, cuando no la muerte, de millones de inocentes.

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