UNA SUGERENCIA EN EL CAMPO DE LA ORTODOXIA ECONOMICA: QUE LOS BALANCES DE LAS EMPRESAS EMPIECEN A INCLUIR (SI AUDITADOS, MEJOR) MEDIDAS QUE LES AYUDEN A MANTENERSE CUANDO TODO SE HUNDA DE NUEVO.

(parte 4)

Soy partidario de la economía de mercado (sin que esto quiera decir que sea liberal, como tampoco soy socialdemócrata ni conservador). Pero no he nacido ayer y he aprendido, a veces en propia carne, que el mercado no es eficiente, que no optimiza bien los recursos, que no garantiza que todos juguemos con las mismas reglas en igualdad de oportunidades (que no de medios). Muy al contrario, hay distorsiones evidentes; grupos de poder que imponen sus reglas, reglas inflexibles para unos y maleables según las circunstancias para otros, avasalladores recursos que mueven cotizaciones en beneficio propio, gigantes contra los que es imposible luchar.

Como el mercado no es eficiente, hace falta regularlo. Volviendo el argumento al revés, nos hacemos la famosa pregunta “Si los mercados son eficientes, ¿por qué hace falta regularlos?” Nadie defiende la no regulación porque nadie en su sano juicio cree que la ley de la selva produzca sociedades avanzadas. Así que no hay más remedio; o regulación o caos.

El problema es que se regula mucho y mal. MUCHO y MAL. Lo diré mil veces en los foros que sea preciso. Por ejemplo, en nuestra profesión tenemos un órgano regulador que funciona bastante bien. Ha luchado con eficacia contra el auditor “francotirador” o “firmón” que cobraba por firmar sin realizar un trabajo mínimo que garantizase su opinión profesional de auditoría. He conocido alguno. Lógicamente no puedo revelar datos por razones evidentes de secreto profesional. Lo más triste, es que se realizaba con el beneplácito (a veces imposición) de la empresa auditada.

Esta denigración de la profesión, esta prostitución de nuestro código deontológico, que por supuesto se da en toda actividad humana (aunque en unas más que otras) tiene una grave consecuencia; si se dan por buenas unas cuentas que lo están, si se dice que presentan la imagen fiel, que no hay salvedades, que se puede confiar e invertir en ella…y luego resulta que es todo lo contrario, el daño que se produce es enorme. Se daña al accionista de la sociedad que confía y aprueba unas cuentas que no son reales, es decir que no están en conformidad con su verdadera situación patrimonial, se daña al proveedor que contrata de buena fe en dicha empresa y que desconoce que puede quedarse sin cobrar por mor de unas cuentas falseadas en las que el auditor “firmón” no se ha pronunciado con las advertencias precisas, se daña a los empleados que pueden perder su puesto de trabajo, se daña  a cualquier lector de buena fe de dichos estados financieros.

Si esto se produce en un ENRON, o en un Lehman Brothers, o en Bankia, el daño puede ser inmenso. Tan grande, que precisa, como en el caso de Bankia, un rescate público, con el dinero de todos (que por supuesto no se da cuando se trata de otras miles de empresas con problemas) y por una cuantía que sobrepasa los 20.000 millones de euros. De ahí que no todas las reglas del juego sean igual para todos, depende del tamaño, de la trascendencia económica, de la política económica (y de la otra, la política a secas) del que los implicados tengan o no carnet del partido.

La falta de regulación es un caos. La mala regulación es un cáncer. No mata al momento, pero pone fecha de caducidad a la salud económica de una nación.

La mala regulación confunde cantidad con calidad. La mala regulación llena de cargos, leyes, reglamentos, decretos y modificaciones interminables, a veces contradictorias, hasta el punto de hacer necesarios los “textos refundidos” con artículos que ligan unas fuentes jurídicas con otras, con sudokus del tipo “en conexión con…” que uno termina por no saber a qué diablos se refiere. La cosa es tan aberrante, que como decía, en nuestra profesión, la auditoría de cuentas, hay normas técnicas super-precisas, que rozan lo estrambótico (por ejemplo la relativa al cálculo de la cifra de importancia relativa) y sin embargo se pasa por alto un ratio, un margen, una cifra de referencia, para determinar cuándo unos ajustes en las cuentas no realizados por la empresa auditada, deben conducir al auditor a emitir una opinión con salvedades (“las cuentas anuales presentan la imagen fiel excepto por”), o denegarla (“no podemos opinar”)  o emitir una opinión negativa (“no presentan la imagen fiel”).

Si a alguien no le parece que esto sea importante, que rece porque no le toque defenderse en un juzgado ante la maniobra típica de unos socios que quieren expulsar a un minoritario a base de ampliaciones de capital, sin repartir nunca dividendos, descapitalizando la empresa y con salvedades del auditor donde se afectan de manera contundente los activos, los resultados y el patrimonio que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pues bien, en ausencia de una norma precisa, un auditor dará opinión con salvedades, otro la denegará y un tercero emitirá opinión negativa. Kafkiano, por no decir otra cosa.

He dicho muchas veces que hace falta un “Ministerio de la Simplificación” cuya misión sea simplificar el Estado y todos sus órganos, funciones y ministerios. En el campo de la economía haría falta una “Dirección General de la Simplificación”. La excesiva y mala regulación (dos males dañinos por separado y letales si se combinan), la complejidad innecesaria, la burocracia inútil y bobalicona recuerda a esas hojas de cálculo de presentación impecable y de utilidad nula. Hablaremos de esto más adelante.

Baste ahora poner de manifiesto un nuevo elemento a nuestra lista de problemas; un exceso de regulación, que además es mala, contradictoria con el fin pretendido (hay decenas de ejemplos que desarrollaremos en otras entregas, en el campo de la contabilidad, la auditoría y de legislación mercantil) superabundante, confundiendo la utilidad de una norma, ley, reglamento, decreto, decreto ley, texto refundido, plan de cuentas, modelos de cuentas anuales y memoria, con el peso del papel impreso. A mayor número de páginas, más eficaz, piensan los burócratas. Cuando es todo lo contrario.

Lo malo es que no hemos acabado, quedan cosas poco halagüeñas por decir, pero será en nuestra próxima entrega.

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